domingo, 24 de mayo de 2015

Recuerdos de viaje







Los libros acumulados causan una especie de mareo, un agobio apabullante. Incapaz de ver el detalle, el ojo iniciado solo busca la salvación, el oxígeno. Al entrar a la librería por primera vez, muchos intentan salir corriendo, ya sea por la falta de espacio o el exceso de polvo: fobias y alergias. Otros se detienen a admirar las paredes de libros como si fueran un paisaje abierto; curiosamente estos muros llenos de ejemplares pueden también producir una sensación de libertad. De los negocios más atractivos que he dejado pasar por temor y falta de tiempo, fue el de reunir 600 metros lineales de libros para decorar la enorme pared de un restaurante. Increíblemente, el papel viejo empolvado puede provocar al apetito. 

Lleva tiempo acostumbrarse a tanta información. Cada libro es una población de letras. Pareciera que de cada ejemplar salen voces difusas que se acercan y alejan en la misma medida que la mirada se enfoca para leer su contenido. Es posible recorrer más de mil títulos en un solo día. 

A pesar de que ayudé a montar esa librería –fue fundada en 1992– y de que muchas veces fue mi principal trabajo, tardé dos o tres días en ubicarme dentro; una semana en reconocer cada sección, meses en entender la organización de los temas. Con la ayuda de las personas que han trabajado a lo largo de este año en la librería, reorganizamos los espacios, movimos libreros enteros, los vaciamos y ordenamos de nuevo para entender la lógica de cada sección. Cada día descubro al menos un ejemplar digno de verse con sumo cuidado. La librería sigue muy desordenada, tiene una sobre población de libros que supera en proporción a la misma ciudad de México, pero al menos he visitado sus lugares más remotos y conocido más o menos a sus ejemplares más interesantes.




Entrar a cualquiera de las tres bodegas que formó mi madre me provoca una sensación similar a la de sumergirse en el agua de un clavado. El sonido cambia, los colores y el ambiente también. Los movimientos parecen más lentos; tal vez hay menos oxígeno. Además de la curiosidad que me despertó las primeras veces el ver y reconocer los libros que mi madre guardó, ordenó y separó de la venta al público, es el lugar perfecto para ver con detalle y aprender de libros. 

Por supuesto que mi interés primordial al recibir la librería fue convertirme en una experta librera anticuaria: conocer la historia del libro minuto a minuto, saber de las ediciones más raras en los libros comunes, encontrar rarezas extraordinarias, volverme multimillonaria con la venta de un solo ejemplar y lograr una o muchas colecciones de libros extraordinarias. 


















La verdad es que no encontré aquellos costosos y raros ejemplares; en cambio, esta colección de pequeñas guías de viaje fue lo primero que llamó mi atención en la bodega de libros especiales. Tal vez por su pequeñez o su proximidad con la puerta de entrada; tal vez por lindas. Tal vez por ser fotografías viejas de edificios de ciudades que están en el barrio selecto de esa gran urbe de papel que habito dos o tres días por semana. 








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